Javier Fonseca

Javier Fonseca es escritor y poeta con más de veinte libros publicados entre novelas, álbumes, poemarios, obras de divulgación…

Además, es responsable de la sección Infantil y Juvenil de la Revista Adiós Cultural.

Artículo de Javier Fonseca García-Donas

Hasta no hace mucho tiempo, la muerte era parte de la vida cotidiana. Mi abuela, cada vez que venía a pasar unos días a Madrid con nosotros y la llamaban del pueblo, lo primero que decía al ponerse al teléfono era: “Martina, rica ¿se ha muerto alguien?”. Era algo que se celebraba. Igual que los niños tenían su traje de cristianar, cuando moría un anciano se le vestía con su mejor traje y se le mostraba a la comunidad. En su primera noche de muerto se le acompañaba para que no estuviera solo, y en los velatorios, a veces, las mujeres mayores contaban cuentos de risa.

Pero la muerte dejó de celebrarse porque comenzó a ser eso que había que ocultar, eso que no debía ni mencionarse. Y en este afán por que no se viera, la gente olvidó su íntima relación con la vida.

Para Ana Cristina Herreros, ese miedo, esa ocultación, se produjo no hace mucho tiempo: sucedió cuando la gente cambió la vida sobre la tierra por la vida sobre el asfalto. La tierra nos enseñaba, a poco que mirásemos, que todo lo que nace muere; que la muerte es de lo que se nutre la vida… Perdimos esta Maestra y olvidamos cuánta vida hay en la muerte.

Pero los cuentos desde siempre nos han rescatado de ese olvido. Nos cuentan que quien se pone en camino para superar sus dificultades sin miedo a la vida, sin miedo a la muerte, acaba siendo rey, es decir: soberano de su propia vida.

Consciente de que la muerte es un tema recurrente entre las inquietudes de niños y jóvenes, la Literatura Infantil lo trata de muy distintas maneras, según el público al que se dirija. Y lo ha hecho desde siempre. Para acercarnos al misterio de la muerte siempre nos han contado historias: religiosas, laicas, trascendentes, más realistas… Ha sido, por tanto, un tema presente en los relatos tradicionales y cuentos de hadas narrados en las cocinas, los patios… historias que escuchaban niños y adultos embelesados por igual. En los inicios del siglo XX, el exceso de protección hacia los pequeños hizo que fuera un tema tabú en la LIJ, hasta que más o menos en el último cuarto de siglo vuelve a tomar protagonismo en la literatura pensada para niños y jóvenes.

Así, tenemos textos muy sugerentes de gran belleza plástica, llenos de imágenes y símbolos y también otros muchos con mensajes más directos en los que la propia muerte es la protagonista; relatos de fantasmas; personajes animales o fantásticos que encarnan las inquietudes y emociones humanas ante este hecho; leyendas que intentan acercarse a este misterio…

Podemos decir que la literatura cuenta historias, normalmente más cercanas a los niños que las que nosotros podamos contarles sobre lo trascendente. Para ello adapta el lenguaje al público al que se dirige y utiliza las metáforas y los símbolos. Ojo, hablamos de metáforas y símbolos, no de eufemismos. Mientras los primeros se acercan a la realidad mediante imágenes o fantasía con el fin de aclararla o explicarla; el eufemismo nos aleja de la realidad distorsionándola, quitándole importancia, ocultándola. En este sentido, la buena LIJ llega a una conclusión que tiene dos premisas fundamentales:

La primera es un hecho: el niño es niño, por eso necesita que nos dirijamos a él con un lenguaje, tono, estilo… apropiado a su edad, a su experiencia de vida.

La segunda es que el hecho de que el niño sea niño no es sinónimo de que el niño sea tonto. Por eso también podemos tratar con él cualquier tema, por muy delicado, escabroso o difícil que pueda parecernos.

Estas dos premisas nos llevan a una conclusión: la buena LIJ debe partir del respeto al lector y al tema que trate. Las historias ayudan a explicar la realidad a los más pequeños, pero no podemos olvidar algo: podemos ayudar a afrontar la realidad de la muerte si nosotros también la afrontamos. Por eso los libros son solo herramientas que no sustituyen ni la escucha activa, ni la empatía. Podemos decir, pues, que en este tema y en cualquier otro relativo a la educación y el acompañamiento a los niños no basta con implicarse, sino que es necesario comprometerse. La clave está en no contarLE el cuento al niño, ni darle el libro y que lo lea, sino contar el cuento con él.

 

  Querría terminar esta reflexión con tres conclusiones:

  • La mayoría de las veces el problema que surge al tratar este tema con los niños es que intentamos explicarlo. Y la muerte es un misterio, uno más de los que forman parte de la vida, para el que las palabras y la mente no tiene una respuesta que satisfaga a todos.

  • Podríamos pensar que usar la fantasía es una manera de ocultar la verdad pero, lejos de ser un hándicap, la fantasía es todo lo contrario. Usar la imaginación es usar un lenguaje, un código que los niños conocen y en el que se reconocen. Es el lenguaje con el que, en muchas ocasiones, entienden la vida. Es otra manera de contar la realidad, que está detrás de ella. ¿Qué esconde el comportamiento del Quijote? Pasiones, confusiones, deseos humanos perfectamente identificables detrás de su locura. Lo mismo puede decirse de muchas historias infantiles. Solo hay que mirar bien y acostumbrar el ojo a la luz de la fantasía para que aparezca la verdad.

  • En última instancia, la muerte es lo que da sentido a nuestra vida. Todos hemos fantaseado alguna vez con vivir eternamente. Sobre todo a esa edad en la que la vida nos sonríe y nosotros a ella, en la que apenas notamos los estragos de tres noches seguidas de juerga. Pero ¿realmente merece la pena vivir para siempre? Si fuésemos eternos, nos aburriríamos del sabor de los tomates; seríamos como zombies, carcasas humanas sin esperanza. La muerte llena de intensidad, pasión, emoción, dolor, amor, alegría, lágrimas… a la vida. Solo lo efímero, lo impermanente, está realmente vivo. Una vida sin fin pierde su intensidad, es como una cuerda de violín destensada. No suena. Ni siquiera desafina.

La muerte es nuestra contraportada y, como tal, forma parte del libro de la vida. Los cuentos infantiles sobre muerte nos hablan principalmente de la vida porque, como nos dice Ana C. Herreros:

“…La muerte… no es eso tan definitivo que nos han contado, la verdadera guadaña que nos siega la vida es el miedo a morir. Ese miedo es el que hoy nos conduce a negar la muerte…, a que escondamos a los muertos, a que nos neguemos el duelo… Ese miedo que nos conduce tambien a negar la vida…”

No sé ustedes, pero, si hay que elegir, yo prefiero ser vivo muriente a muerto viviente.

Javier Fonseca García-Donas

Escena de Ocho vidas